Josh Cavallo pudo decirlo hace menos de dos meses. “Soy futbolista y soy gay”, contó con la respiración agitada. Cavallo, jugador australiano del Adelaide United, no fue el primero. El inglés Justin Fashanu fue el pionero en 1990. Sufrió hostigamiento y su historia terminó en suicidio, ocho años después, después de recibir una acusación de ataque sexual a un joven. Anton Hysén, que jugó en las juveniles de Suecia, contó que era gay hace diez años, también mientras estaba en actividad. Collín Martin, del San Diego Loyal, segunda división de Estados Unidos, salió del armario hace tres años. Y hace dos lo hizo Andy Brennan, otro australiano, jugador del Green Gully. Todos lo hicieron mientras jugaban de manera profesional, a diferencia de otros jugadores que lo contaron después del retiro.

El fútbol sigue sin entregar un mejor contexto para que otros protagonistas salgan del armario. La Premier League hace campañas por la diversidad sexual desde hace un tiempo. Esta semana lanzó Rainbow Laces, estadios, camisetas, banderas con los colores del arcoiris. Días atrás le preguntaron a Marcelo Bielsa, entrenador del Leeds, que opinaba sobre esto: “Toda campaña que facilite la inclusión siempre la observo con simpatía y deseo de apoyo”. Newcastle le envió su apoyo a Cavallo con un tuit: “Un mensaje poderoso e inspirador, el fútbol es para todos”. Pero sus seguidores le recordaron que el club pertenece a un fondo de inversión controlado por Arabia Saudita, uno de los países donde se criminaliza a la comunidad LGBT, igual que en los Emiratos Árabes, cuya familia real es propietaria del Manchester City. Igual que Qatar, dueña del PSG, la patronal de Lionel Messi, la sede del próximo Mundial.

Cavallo puso el dedo en la llaga del fútbol el mes pasado cuando dijo que le daría miedo ir a Qatar. Tuvo que responder el director ejecutivo del Mundial 2022, Nasser Al Khater. La entrevista con Amanda Davies, la periodista deportiva británica de CNN Internacional, tuvo una tensión que los recortes no ayudaron a mostrar. A la primera consulta sobre lo que dijo el futbolista australiano, Khater respondió que podría ir a Qatar con tranquilidad, que podría hacerlo ahora o cuando quiera, que estaba invitado, que la qatarí es una sociedad como cualquier otra. La periodista insistió: “¿La gente puede ir presa por ser homosexual en Qatar?”. “La gente puede ir presa por ser heterosexual en Qatar… no entiendo tu pregunta”, respondió Al Khater. Ahí fue cuando habló de la tolerancia, de que todos serán bienvenidos, pero que las manifestaciones de afecto están mal vistas. “Y eso -dijo Al Khater-  aplica a todos, a todos”. 

No era la primera vez que Al Khater tenía que responder sobre lo que ocurre con la comunidad LGBT en Qatar. Hace un tiempo dijo lo mismo. La FIFA tuvo que aclarar el año pasado que las banderas del orgullo LGBT estarán permitidas en el estadio. Al Khater admitió que sabía que habría reclamos, pero que no le preocupaba. “Es muy grave lo que pasa en Qatar, no se puede jugar ahí, tendrían que boicotear el Mundial”, me dice Bruno Bimbi, periodista, escritor y activista LGBT. Noruega se propuso el boicot ante las muertes de trabajadores en los estadios. Pero en un congreso de la Federación Noruega de Fútbol ganó el rechazo a la medida. Tampoco hubiera tenido efecto: la selección de Erling Haaland no se clasificó.

Un Mundial también es una disputa del sentido, tener esa vidriera es a la vez mostrarse desnudo. Le pasó a Rusia en 2018 también con manifestaciones de las diversidades sexuales en la Plaza Roja y hasta con la invasión del campo de juego en la final a cargo de las Pussy Riot. ¿Cuánto influyeron las campañas de denuncia internacional a la dictadura argentina durante el Mundial 78 para que al año siguiente llegara la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA? 

Ahora que el Mundial es en Qatar todos miran qué pasa en Qatar. Por eso las organizaciones LGBT presionan a empresas, federaciones y gobiernos. La FIFA todavía está en la búsqueda de nuevos patrocinadores para el Mundial. Entre los principales, hasta el mes pasado, tenía a seis corporaciones, entre ellas Adidas, Coca-Cola, McDonald’s y Budweiser, empresas que gustan sumarse a campañas en favor de la diversidad sexual. Los futbolistas, los entrenadores, también deberían responder en conferencias de prensa. Acá en la Argentina podría responder Mauricio Macri, presidente de la Fundación FIFA, un puesto que le debe a sus relaciones con Qatar, donde estuvo hace unos días. Nada tan visibilizador como el fútbol. Y la pregunta no es (sólo) qué pasará durante el Mundial, el mes de la burbuja. La pregunta es qué pasará después.