Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano danzan y se dan la mano, sin importarles la facha” (J. M. Serrat)

Casi se replica el lienzo precioso del catalán, adaptado a modo argento. Casi. Faltó una foto. Volvieron y fueron millones. Eriza el alma, explota el corazón, el solazo saluda el festejo popular. Fiesta nacional sin eufemismos. Ningún calificativo es exagerado. Se logró con el aditamento de la espontaneidad. No se requirió de un llamado oficial para semejante demostración de amor desbordado. Con todo lo que implica: infinita generosidad, también locura, y en algunos casos, excesos.

Pero faltó la foto. Con funcionarios, o sin ellos, qué más da. Aquel gesto de Diego elevando la Copa desde el balcón del monumento más emblemático, sagrado, de todos los argentinos, la Casa de Gobierno. Hacia la plaza de las Madres, por si fuera poco. Messi no la tuvo. Un símbolo, que no es menor para quienes valoramos los gestos en democracia. Una pena, para quienes pedimos acciones disruptivas ante las inacabables victorias de los poderosos. No importa si fue por los jugadores, los funcionarios, el presidente, la AFA. En definitiva, ganó el odio, como reflejó el genial José Luis Lanao. El gobierno, todos los argentinos, perdimos una nueva y hermosa ocasión vindicatoria… Una nueva vez.

De todos modos, quedan imágenes inolvidables.

En el mural gigante, Diego parece aflojar el ceño fruncido cuando los flamantes campeones arriban a Ezeiza con la Copa que enamora, una igual a la que él mismo trajo hace 36 años: Lionel siquiera había nacido. Varias horas después, la prolongación. Miles corriendo en la autopista. Mareas de hinchas desbordando por acá y por allá. El festejo que colapsó hasta lo impensado. Desde el micro descapotado los campeones alimentan sonrisas y corrientes afectivas. Aunque no pudieran llegar al otro mural de Diego, en Constitución, sino en helicóptero. Un 20 de diciembre. Reprimimos el arrebato de un insulto profundo, pensando en la lacerante coincidencia histórica

Volvieron y fueron millones. Como en el ’86. O como en el ’78, la primera estrella. Dato relevante: allí fue el propio pueblo que liberó su sentimiento futbolero, desbordó los límites, desafió a la dictadura. El pueblo en la calle por el encantador juego de la pelota. Aunque, a riesgo de ser aguafiestas, nos empecinemos en recordar que unos desvencijados altavoces reproducían el relato de Muñoz, en la Esma, a sólo 600 metros del Monumental, como en tanto chupadero donde el fútbol abría huecos acotados en la tortura. Esa noche del 25 de junio de 1978, los represores obligaron a Graciela Daleo, Nilda Oraci y otras compañeras encerradas, a quienes les dieron ropa y maquillaje, a “salir a celebrar” en tres 504 verde musgo, con el subprefecto Febres, el suboficial Mendoza y un grupejo de marinos. Dieron vueltas por Belgrano, Graciela se asomó por la ventana del techo y sintió la devastadora soledad de hallarse con otro país. Antes de volver, cenaron en el Mangrullo de Olivos. Con un lápiz de labios inventó una veta de libertad: entró al baño, puso la traba, pintó los azulejos: “Milicos asesinos, Massera asesino, Viva Perón, Vivan los Montoneros”. Cuando gastó el lápiz volvió a la mesa. Luego las devolvieron a su infierno.

Otra Argentina, otro mundo. En pleno desborde de horror, sangre y muerte, el Mundial ’78 que Videla y compañía transformaron en una herramienta política y social que traspasó el incuestionable merecimiento futbolístico de la Selección de Todos, la del Flaco Menotti. El Mundial de la alegría encarcelada, el de la encrucijada de celebrar un triunfo deportivo o denostarlo para que no se lo apropiaran los milicos asesinos. Kempes izó la bandera del fútbol en una final que, desde lo deportivo, recién fue superada, por lo dramática, hace unas horas en Qatar. Aquella pelota en el palo de Fillol ante los holandeses en River, esa inusitada tapada del Dibu en el Lusail. El gol de Julián que remedó uno de los del Matador, cruel apodo en esa circunstancia para un crack determinante. La Argentina de los subsuelos convivió en una historia repleta de fantasmas con la deportiva que edificó valores futbolísticos gigantes. Se respiraba un resuello de libertad, a conciencia que poco después volvería a correr la sangre.

Como en el ’79. Juvenil en Japón, ya liderado por Maradona. Una convocatoria con la complicidad de medios sicarios. A la madrugada, el 3-1 a Rusia. Al mediodía, Julio Lagos por Mitre y José María Muñoz en la vereda de Rivadavia, emplazaban a sumarse: “Vayamos todos a la Avenida de Mayo y demostremos a los señores de la Comisión de DD HH de la OEA que la Argentina no tiene nada que ocultar”. Nada que ocultar. Desde temprano largas filas de familiares de desaparecidos aguardaban para sus denuncias. Por ATC, José Gómez Fuentes aún no llamaba al príncipe británico a ir a pelear en Malvinas como lo hiciera en 1982. Fernando Bravo sí instaba a “exteriorizar la alegría por las calles por este magnífico triunfo”. Llegó el momento de Mirtha Legrand con sus Almuerzos… Lo más patético sucedió en la plaza, cuando vivaron a Videla…

Otro fútbol, otro país. Como en el ’86. Una tierra que empezaba a renacer de sus cenizas, intentaba juzgar a los torturadores y recobrar libertades elementales, que a duras penas curaba la mordaz herida de la guerra y que llenaba la calle por muchos reclamos, pero que la desbordaba con las hazañas de Maradona. En cada partido de México ’86 crecía la efervescencia. El delirio llegó con el triunfo a los ingleses y continuó sin intermitencias hasta la final ante Alemania. Al regreso, el micro que trasladó al plantel desde el aeropuerto hasta Plaza de Mayo demoró más de 6 horas, enmarcado en una locura que sólo se superó 36 años después. En esa ocasión, el presidente Alfonsín les cedió el balcón de la Rosada de modo que no hubiera suspicacias políticas, verdaderamente absurdas, cínicamente agitadas.

La paradoja: en el ’90, aun cuando cayeron en la final, fueron recibidos como héroes y volvieron al balcón, pero ahí sí estaba Menem, no se la iba a perder. También Bilardo, el adalid de los que defenestran a los subcampeones, aun con la dignidad comparable con la de los primeros. Ese reconocimiento le llegó completo al finalista del 2014: al regreso, tras la derrota en Brasil, CFK recibió en el predio de AFA a un plantel que se vistió de saco y corbata, liderado por Messi y por el entrañable Alejandro Sabella.

Hubo otros recibimientos multitudinarios y presencias en esas baldosas del balcón de la Rosada, que a su turno soportaron el peso de gentes tan diversas como Perón, Juan Pablo II, Galtieri o el mismo Diego. En 2023 faltó esa imagen de una Pulga inmensa, que tanto bregó por su cometido mundial, el que hizo tan feliz a todo un pueblo. «

“Apurad, que allí os espero si queréis venir, pues cae la noche y ya se van, nuestras miserias a dormir…”