No soy muy fan de Twitter, una red social demasiado agresiva para mi gusto. Pero siempre aporta algunos memes geniales. El de Messi vestido como un tribuno romano y diciendo, en latín, “¿Qué mirás, bobo? Andá pa’allá”, es uno de ellos. Para quienes se escandalizaron un tanto del exabrupto del capitán de la selección, aquí lo tienen, convertido cómicamente en clásico por la prestigiosa virtud de la lengua de Virgilio. Por supuesto, la “clasicidad” es solo aparente. Antes de devenir estatuas descoloridas por la erosión del tiempo, nuestros antepasados fundadores decían lo que pensaban en su lenguaje cotidiano, que a ellos, por lo menos, no les sonaba solemne.

Entre las muchas emociones y sorpresas del Mundial, se contó esa ira de Messi, canalizada en una increpación discreta como él. No es que Messi se haya convertido en Maradona. No es ni será un paradigma torrencial de la pasión y del exceso. Pero, a su modo, también se enoja.

Sí. El pacífico “Lio” es capaz de irritarse como cualquier humano cuando la coyuntura lo amerita. Y nuestra selección, que ojalá nos representara en muchos otros aspectos, puede dar el ejemplo de impecable cooperación y duro trabajo en común bajo la batuta de otro Lionel: Scaloni, un hombre de perfil bajo y de pueblo chico. Con las “historias mínimas” (como diría Carlos Sorín) de este máximo equipo, se escribió una gran página de nuestra historia deportiva y también de nuestra historia colectiva a secas.

Las emociones de la última Copa del Mundo nos dejaron sin aliento. Algunos partidos (contra Holanda y contra Francia en particular) superaron la tensión de cualquier thriller; verlos fue casi (o sin casi) insoportable por su altísimo costo de sufrimiento. Después de ese torbellino, el festejo multitudinario disparó otras reflexiones atendibles: ¿correspondía decretar un feriado?, ¿la difícil situación del país podía permitírselo?, ¿no era un acto irresponsable promover la presencia de millones de personas en las calles, de un día para el otro, sin los adecuados resguardos y plan organizativo? Pero aunque antes del feriado y en su transcurso hubo hechos indeseables (accidentes, destrozos, saqueos) también es verdad que la inmensa mayoría de los millones que se congregaron, no solo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sino en tantos otros espacios del país, lo hizo con genuino espíritu de festejo: banderas argentinas que flamearon sin consignas, muchas familias, camisetas de la selección y de todos los cuadros, dispuestos a celebrar y no a denostarse  mutuamente.

Es que no fuimos otros para los otros, no nos dividimos en bandos. Fuimos todos para todos, y para un todo. Primó el sentimiento de pertenencia sobre la fractura y la desintegración que signan los cruzados discursos cotidianos. Frente a estos hechos cabe preguntarse si no hay una sociedad (ignorada) más allá o por fuera de esos discursos de virulencia abrumadora. Tal vez la verdadera Argentina (o una Argentina mejor de lo que pensamos) se vea con más claridad en esos millones de personas anónimas que se reunieron (en su gran mayoría sin violencia) para celebrar a sus representantes, los que posibilitaron el triunfo nacional por su coordinación, perseverancia, esfuerzo y excelencia, sumados a la inevitable dosis de suerte que incide, pero que no llega sola. Hay que buscarla.

“¿Qué miras, bobo?” Esa frase también se inscribe, semioculta, a la manera de un jeroglífico, en el monasterio de Samos, al sur de Lugo. Se supone que la talló en el siglo XVI, el maestro de Monforte, Pedro Rodrigues, con típico humor (o retranca) gallega. Porque quien levantara los ojos hacia esa esquina poco significativa y tratara de descifrar las letras dispersas, se estaría perdiendo lo esencial: la imponente belleza del conjunto arquitectónico, más allá de las palabras sueltas. “No traten de entenderlo. Argentina. Con lo bueno y con lo malo, te amo.” Lo dijo Messi. Yo también lo siento así.