En un vagón de la línea roja del Metro, un joven indio de Kerala muestra un video en su celular. Es la gigantografía de Lionel Messi en medio de un río. Se ve en las imágenes cómo otros muchachos entran al agua para venerar de cerca la figura del argentino. El joven indio que muestra su teléfono tiene puesta una camiseta celeste y blanca, vino a Qatar para ver a su ídolo jugar el Mundial. Frente a él, en la otra fila de asientos, están otros tres amigos, también de Kerala, al sur de la India. Ramis, que vive en Doha, muestra otros videos de su pueblo. Aparecen las fotos de Paulo Dybala y Nicolás Otamendi. Él también alienta por la Argentina aunque a su lado, los otros dos que lo acompañan mueven la cabeza diciendo que no, que ellos van por Neymar. Qatar 2022, que hoy comienza a girar, es el Mundial de estos hinchas.


Hace unos días, después de que muchos de ellos desfilaran por Corniche, el paseo marítimo de Doha, algunos medios hablaron de hinchas falsos, de una puesta en escena montada por el gobierno qatarí. Pero están ahí, en las calles, llegaron de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka y Pakistán, muchos son trabajadores migrantes, y eligen a Messi o Neymar. Quizá alguno dice que a Cristiano Ronaldo. Es difícil que se queden con una selección europea, a sus viejos colonizadores, prefieren las sudamericanas, a sus estrellas. El sur global también existe como conjunto, el tercer mundo.


Qatar-Ecuador, a las 13 de la Argentina, marca el desembarco del producto FIFA en suelo árabe, el Mundial, y entonces ahí se produce el choque. Casi que la cuestión que se pone en disputa es a quién le pertenece todo esto y no hablamos de negocios. Qué es lo más genuino y qué representa mejor el fútbol. Qatar 2022 es un Mundial señalado como malhabido, con denuncias de sobornos, organizado en un país sin tradición, sostenido en una estructura que tuvo que hacerse prácticamente desde cero, y en meses no habituales para jugar este torneo porque de lo contrario, en junio y julio, las temperaturas que pueden llegar a los 50 grados no lo hubieran permitido.


A medida que se fue acercando la fecha del Mundial, se le agregó a todo esto la situación de los derechos humanos en el país. La persecución a la comunidad LGBT en un país donde las relaciones entre personas del mismo sexo están penadas por la ley y cómo viven las mujeres en una región donde persiste el sistema de tutelaje masculino. La prensa europea apuntó hacia ahí, también organizaciones de derechos humanos. Amnistía Internacional creó un fondo de compensación para las familias de los obreros migrantes muertos en los estadios, cuyas cifras son imprecisas. Los 6500 fallecidos que había publicado el diario inglés The Guardian fue el número que quedó y, sin embargo, esa misma nota aclaraba que eran 37 las víctimas en obras directamente vinculadas al Mundial. La organización de Qatar 2022 siempre reconoció tres. Pero lo cierto es que todo es difícil de determinar. Si un obrero volvía a su país y fallecía por problemas renales o cardíacos producto de haber trabajado bajo el sol y el calor del verano qatarí, no quedaba registrado en las estadísticas.


El Mundial terminó con la kafala, el sistema de patrocinio para los trabajadores migrantes, y se modificaron leyes laborales para que haya salarios mínimos y más espacios de descanso. Algunas de las empresas contratistas son europeas. Como otras que hicieron negocios con la monarquía absolutista de la familia Al Thani. Fue algo de lo que ayer dijo Gianni Infantino, el presidente de la FIFA que desde hace seis meses reside en Qatar y que en plena conferencia de prensa salió con un discurso fuerte contra. “¿Cuántas empresas europeas ganan dinero aquí o en otros países de la zona y se han preocupado de los trabajadores? Ninguna”, dijo Infantino. “Europa -agregó- debería pedir perdón por los últimos 300 años antes de dar lecciones morales” porque “esta lección moral, unilateral, es solo hipocresía”.
En el tramo más calculado de su diálogo con los periodistas acreditados en Qatar, Infantino intentó desarmar los costados por donde iban a caerle: «Hoy me siento qatarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador migrante. Me siento como ellos y sé lo que es sufrir acoso de chico. Era pelirrojo y sufrí bullying. Soy hijo de trabajadores migrantes, en condiciones muy complicadas en Suiza por cómo vivían y por los derechos que tenían. Veía como se trataban a los que intentaban entrar en el país. Suiza se ha convertido en un ejemplo de tolerancia. Qatar ha progresado y hablaremos de ello, como también espero que hablemos de fútbol».


Los titulos se quedaron con Infantino pero quizá lo más impactante del momento ocurrió al final cuando Bryan Swanson, su jefe de comunicaciones, interceptó las críticas a que la FIFA no defiende los derechos de la comunidad LGBT: “Estoy sentado acá -dijo Swanson- en una posición privilegiada en un escenario global como un hombre gay en Qatar. Hemos recibido garantías de que todo el mundo es bienvenido y creo que todo el mundo será bienvenido en este Mundial”.


La pulseada con Europa también se estableció en el calendario, modificado por la FIFA ante las altas temperaturas del calor qatarí. Las principales ligas terminaron hace una semana, lo que significó para muchas selecciones, entre ella la Argentina, que algunos jugadores pudieran sumarse al plantel recién unos días antes del debut en el Mundial. Y que algunos directamente no pudieran llegar a jugarlo. Será este el Mundial de la falta de descanso, pero también será el que haga llegar a muchos de esos jugadores con ritmo de competición.


Visualizar qué selección se quedará con esto se hace más difícil que nunca. Salvo por Brasil, porque se clasificó invicta en las eliminatorias sudamericanas, está primera en el ranking de FIFA y muestra un poderío incluso en los jugadores que quedan afuera del equipo, cuesta luego observar algún equipo que asome la cabeza por encima de otro. Los europeos llegan todos con sus golpes, Alemania, Francia, Inglaterra, una España que se rearma, Portugal con Cristiano en crisis, Bélgica que lo intenta y Dinamarca que viaja para sentarse a la mesa. Y la Argentina, que tiene a Lionel Messi pero ahora también tiene equipo a pesar de este tambaleo sufrido en la última semana.


Qatar comenzará desde hoy a mostrarse al mundo. Empezará por sus estadios, por Al Bayth, en el municipio de Jor, el más al norte del país. Metido en el desierto, su estructura se asemeja a una tienda de beduinos. Qatar construyó seis canchas y remodeló otras dos. Nunca un Mundial se había jugado en Medio Oriente y nunca se había jugado en país tan pequeño. Cuando fue designada sede, en diciembre de 2010, Qatar tenía apenas 1.700.000 habitantes. Doce años después, llega a los 2.900.000. Ese crecimiento exponencial es producto de la mano de obra que llegó desde el sudeste asiático. Es difícil por estas horas cruzarse con qataríes, que son apenas el diez por ciento de la población. ¿Dónde está Qatar? Quizá esto sea Qatar.
El tunecino Larbi Sadiki, cientista político y profesor de democratización árabe de la Universidad de Qatar, escribió por estas horas en Al Jazeera que Qatar es visto como un intruso en la élite del fútbol. Porque el fútbol, según esa lectura, le pertenece a otros países. O esos países siente que les pertenece a ellos y no a Qatar. “El fútbol -escribió- llegó a Qatar a través del colonialismo, cuando el país era un protectorado británico entre 1916 y 1971. La Anglo-Persian Oil Company (APOC), precursora de la British Petroleum (BP), comenzó la exploración y producción de petróleo a fines de la década de 1930. El fútbol siguió en la década de 1940. El estadio de Doha fue el primer estadio de fútbol con un campo de césped en la región del Golfo. La competencia de la liga comenzó en la década de 1960, varios años antes de la independencia”.


Es un asunto abierto de quién será todo esto desde que hoy arranque con la fiesta inaugural, con el partido y se ponga a andar la rueda. Porque también la realidad es que esa fiesta para las clases populares se reduce a una pantalla de televisión desde hace mucho tiempo. Ni en Rusia ni en Brasil, mucho menos en Sudáfrica, estaban en las tribunas los trabajadores. En Qatar, por ahora, están los que viven la fiesta en la calle. Donde sea, es fútbol y más que fútbol. Empieza otro Mundial de fútbol y ya nos está atrapando otra vez.