Hola, ¿cómo están?

Me habían dicho que la Qatar National Library era como una biblioteca de Babel, la biblioteca infinita. Ayer fui. Es como una internet en átomos, pero la cuestión está en su forma, hacia arriba, lo que la hace eterna. Es una biblioteca borgeana, son como tribunas de libros. El arquitecto fue un holandés, Rem Koolhaas, que explicó la obra también como terrazas para los libros. Entonces tenés un centro y estás rodeado de libros. “Todos físicamente presentes, visibles y accesibles, sin ningún acceso particular. La biblioteca -describe Koolhaas- es un espacio que podría contener una población entera, y también toda una población de libros”. 

La Qatar National Library es una estación de la red verde del metro, la green line. Es abierta y gratuita. Fui con mi amiga y colega Ángela Lerena, comentarista de la TV Pública, que habló con las mujeres que estaban ahí, en los escritorios. Una de ellas, con su velo, leía un libro que decía “ideology”. Le dijo a Ángela que estudiaba sobre filosofía. Otras mujeres leían en otros espacios. Abajo hay una zona que se llama heritage collection, hay mapas, uno de ellos el primero que encuentra a “Catara”, hay antiguas ediciones del Corán, los primeros escritos. Acá en Medio Oriente nació la escritura, en la Mesopotamia, lo que hoy es Irak.

Jorge Valdano me había dicho un día antes cómo Qatar también desarrolla estos espacios de cultura. Sus museos, su biblioteca, las universidades. Lo había leído en El País haciendo un juego entre lo que se ve del fútbol durante el Mundial como lo que se ve del emirato. “Hablar bien de Qatar -escribió- es tan arriesgado como criticar a los equipos que tienen mucha posesión de balón. Pero es tan cierto que Doha es en estos días una gran fiesta gracias al fútbol, como que Marruecos le regaló el balón a España para terminar ganándole lícita y épicamente. Para seguir mezclando cosas de distinta naturaleza, no me gusta que Occidente sea la policía cultural del mundo sin tener en cuenta contextos geográficos e históricos, ni tampoco el tiki-taka masturbando la pelota sin llegar al orgasmo”.

En un hotel de La Perla, junto a Ezequiel Fernández Moores, charlamos con Valdano durante una hora y media. La conversación no se graba, tampoco es una entrevista. Valdano pone en palabras ideas con una facilidad que te hacen olvidar que este hombre, además de todo, fue campeón del mundo. Valdano es la experiencia que confluye con el concepto. Valdano habla de lo pasional de la Argentina, de su costado emocional, que es lo que le permite también jugar el fútbol del segundo tiempo del suplementario contra Países Bajos. La pasión, dice Valdano, reconstruye al equipo, le da su fútbol y lo hace respirar.

“Messi es la esencia -dice-, suelta gotas del genio en la cancha”. Y luego está el grupo, su unidad, los vínculos que se conformaron entre los futbolistas del plantel. “No es lo mismo salir a la cancha a defender a un compañero que salir a defender a un amigo”, dice Valdano.  Estos futbolistas “juegan para un equipo del que son hinchas”. Valdano bromea: Enzo Fernández y Julián Álvarez fueron el Negro Enrique y el Vasco Olarticoechea de México 86. Son los jugadores que entraron al equipo durante el Mundial. También Alexis Mac Allister. Los futbolistas tienen “sus momentos” y hay que saber aprovechar a los que están bien. Quizá la derrota contra Arabia Saudita haya sido beneficiosa en ese sentido, llevó a Lionel Scaloni a hacer los cambios que quizá otro resultado hubiera demorado. Valdano reconoce valentía en esa toma de decisión.  

En el paralelismo con México 86, Valdano observa cómo llegó cada selección. La que él conformó y levantó la Copa del Mundo aterrizó con sus líderes peleados, con el equipo y el técnico, Carlos Bilardo, cargados de críticas, con una gira previa en Colombia que se hizo insoportable y se tuvo que terminar antes de tiempo. Y el equipo se construyó en el Mundial. “Teníamos -dice Valdano- más confianza en ganar la final con Alemania que en el debut con Corea”.

Valdano habla del fútbol que vemos, de cómo la formación de los más chicos hace que falten gambeteadores. “Todo es control y dos toques, control y dos toques”, dice. Y a la vez los jugadores están pendientes demasiados de las estadísticas, de los datos. De cuántos pases dio y cuántos concretó. Entonces “nadie toma riesgos, tocan para los costados”. Por eso “falta el pase peligroso”. Pero a la vez también está el talento nacido en este siglo, jugadores jóvenes que parecen veteranos, como Vinicius, como Rodrygo, como Julián y Enzo, como Phil Foden y Bukayo Saka.

 La Argentina juega hoy con Croacia por un lugar en la final. Cada vez que le tocó hacerlo, lo consiguió. Sea en una instancia de semifinales (1930, 1986, 1990 y 2014) o en una definición de grupos (1978). Croacia fue finalista en Rusia 2018, perdió con Francia. Luka Modric, 37 años, volvió a la carga. Al fuego, el vatreni. Zlatko Dalic es el entrenador, como hace cuatro años, como en la noche de Nizhny Novgorod, el 3-0 que sacudió a la selección, que la obligó a una épica con Nigeria en San Petersburgo. Sobre el equipo, Roberto Parrottino escribió en Tiempo

Y hace unos años escribió Valdano: los goles “no los trae la cigüeña, son hijos del juego” y el “juego es cosa de centrocampistas”. “Gente que va y viene remando en mar abierto -describió-. Vienen cumpliendo con su deber cuando el equipo pierde la pelota; van cuando la recuperan y el juego necesita criterio, esto es, darle una pausa al juego para distraer y acelerar por los caminos despejados para concretar. O sea, Modric”.   

Hoy, en el Lusail. A las 16 de allá, las 22 de acá.

Hasta la próxima carta,

AW