Hay una Qatar de la que se habla mucho pero se mira poco. Es la Qatar de los trabajadores migrantes, los que llegan desde el sudeste asiático, de India, de Bangladesh, de Nepal, y de más acá, de Pakistán. Se desempeñan en la industria de la construcción y en la energía, el gas y el petróleo principalmente, pero también en el área de gastronomía y los servicios, en hoteles y restoranes, en supermercados y en las plataformas de transporte. Esa Qatar aparece en lo que se conoce como el área industrial, en las afueras de Doha, municipio de Al Rayyan. Es miércoles, es el primer día sin partidos en Qatar 2022, son las cinco y media de la tarde, ya es de noche, y esos trabajadores -todos hombres- caminan hacia la Fan Zone, el lugar que la FIFA armó en este lugar al que no llega el Metro ultramoderno. 

“Asia City, el mejor alojamiento con todas los servicios instalados”, dice el cartel. Pasaron las 18, ya es de noche en Doha, y la única puerta al complejo de edificios es un hormigueo de hombres. Van y vienen, es la hora de la recreación. Esto es Asian Town, el centro de este barrio obrero. “Bienvenidos a Asian Town”, dice otro letrero. Da indicaciones de los lugares y también prohibiciones: no se puede tener mascotas, no se puede fumar, no se puede sentar en el piso, hay que vestir ropa “decente”, no se permite el alcohol y tampoco caminar descalzo. Hay otro aviso: todo está vigilado por cámaras de seguridad.

Hay un gran mall, una zona de plazas con partes de césped sintético, árboles iluminados, fuentes de agua y bancos para pasar el tiempo. Hay otro centro comercial con locales de ropa, de dulces, especias y frutos secos, con peluquerías que tienen banderas argentinas, con restaurantes y cafés típicos de la India, y otros negocios que venden la 10 de Lionel Messi. Hay cines y un anfiteatro. Hay casas de cambio, muchas casas de cambio, y largas filas. Desde ahí envían la plata a las familias.

El estadio internacional de cricket está al lado, convertido desde que empezó el Mundial en la Fan Zone. El ingreso es entre vallas como todos los ingresos en Qatar 2022. A la entrada ya hay juegos, hay que sostener la pelota con la planta del pie haciendo la vertical. Imposible. Además, en el campo de juego, hay otras formas de entretenimiento. En uno hay que llevar la pelota entre estacas, es uno contra uno, el primero que llega es el que gana. Hay también una mini cancha de fútbol en la que se armó un partido frente a un escenario desde donde suena indi pop. El sonido cubre el estadio. Los trabajadores se tiran a los puf, al césped, miran el cielo y sus celulares. Una pantalla gigante se enciende en cada partido o con alguna película de Bolywood. Aunque se anunció que había paquetes de entradas más baratas, a 40 riales, alrededor de diez dólares, fue difícil acceder a tickets. El Mundial para ellos está acá.

Son unos 2 millones y medio los trabajadores migrantes en Qatar. Muchos de ellos son los que construyeron los estadios, las rutas, la infraestructura, los que ahora atienden en los hoteles que tuvieron que levantarse para alojar a los visitantes mundialistas. The Guardian dio una cifra de 6500 muertos en esos trabajos. Quedó instalado ese número, pero nunca fue específico en las circunstancias que sucedieron. La FIFA y el Comité Organizador dijeron que fueron tres las personas fallecidas directamente vinculadas a la construcción de estadios. Las cifras son difíciles de establecer. Hubo migrantes que murieron cuando regresaron a sus países, quizá por consecuencia de las condiciones que tuvieron. Los reclamos internacionales obligaron a cambiar esas condiciones. Se amplió el horario de descanso al mediodía, cuando la temperatura hace imposible hacer esfuerzos al aire libre, se puso fin a la kafala, el sistema de patrocinio que funciona en otros países de Medio Oriente, y se estableció un salario mínimo. Este miércoles, mientras estamos acá, The Athletic publicó que un hombre filipino murió al resbalar de una rampa en Sealine Resort, el lugar de entrenamiento de Arabia Saudita. Qatar anunció que abrió una investigación. Nasser Al Khater, director ejecutivo del Mundial, envió sus condolencias a la familia. “La muerte -le dijo a la agencia Reuters- es una parte natural de la vida”.

Saleem tiene 35 años. Sale de rezar junto a su amigo Sadique, de 43. Hace un rato se escuchó la voz de muecín llamando a la oración, como ocurre cinco veces al día. Un río de calzados se desparramó frente al cuarto de la oración. Ahora todo es silencio, todo ocurre ahí adentro. Apenas salen, mojados por el lavado previo, el rito del wudu, Saleem y Sadique cuentan que son de Bombay, India, que llegaron hace once años a Qatar. Trabajan para una firma petrolera contratista de Qatar Energy. Dicen que están contentos, que pueden enviar dinero a sus familias. ¿Cuánto ganan? Un técnico, dice, puede tener un salario de 1500 riales, unos 400 dólares. El salario mínimo es de 1000 riales. Pero los convenios no son todos iguales. Están los que ganan más, quizá con título profesional. Algunos pagan su habitación, otros la tienen incluida. Del transporte para desplazarse a sus lugares de trabajo se encargan las empresas. El sistema de salud es gratuito. Muthukumar me dice que cobra 2500 riales pero tiene que pagar 500 por su habitación. En la zona hay centros médicos, policlínicos, clínicas dentales y hospitales, los más grandes son Hazm Mebaireek General Hospital y el Hamad Hospital.

Asian Town es el reverso del lujo y la modernidad que exhibe Doha. Apenas llego, junto a otros dos colegas, se cruza la sensación de ajenidad como cuando se sale de cualquier zona turística. Pero esa idea primitiva de autopercibirte un extraño se convirtió en cercanía apenas contamos que éramos argentinos. En un tienda de dulces nos ofrecieron chocolates, en una peluquería con banderas argentinas se prestaron a las fotos, en otro local Tanzir, bangladesí, nos regaló llaveros con la frase “I love Bangladesh”. La contraseña es Argentina, Messi. Tanzar, que tiene 32 años, nos acompañó a un supermercado donde había camisetas que en la Argentina llamaríamos truchas pero que son diseños exclusivos indios y bangladesíes. Hay de todo. Hay un modelo con estampados de tonos celestes, turquesa, negro, azul. Me lo lleva, cuesta 15 riales, unos cuatro dólares.

A las puerta del cuarto de rezo, Saleem y Sadique nos invita a tomar un té. Caminamos hasta un restorán indio y Saleem se encarga de todo. Trae un masala chaí, con leche y especias. Lo tomamos en la puerta del lugar, parados, y hablamos del tiempo libre. ¿Qué hacen cuando no trabajan? Saleem dice que a veces va al gimnasio del lugar, que lee, que reza. La soledad cruza la conversación, también el encierro.

Les pregunto a Saleem y Sadique cómo es el lugar donde viven, los monoblocks de tres pisos que tenemos a un costado, separados por una reja negra. Adentro, se ve a un grupo jugando al voley. Sadique sólo dice que son chicos. No abundan demasiado en ese tema. Hay distintos tipos de habitaciones compartidas, de 12 a 4 personas, donde comparten el baño y la cocina. Depende de eso también los precios. Hay empresas que proveen comida. Organismos internacionales denuncian que en ocasiones se entrega en mal estado y que las condiciones de esas viviendas son inhumanas. Es un área segregada. Se sale a trabajar y vuelve a dormir. Son todos hombres, no hay mujeres.

Había visto un gran trabajo de trabajo de Mauro Albarracín, Lesa, en su canal de YouTube, donde mostró el barrio. Lo llamó González Qatar. Leí artículos en The Guardian y The Athletic sobre el lugar. Estaba la idea extendida de que se trataba de una zona prohibida para la prensa y para los turistas. A la entrada de la Fan Zone, un seguridad nos avisa que no podemos pasar con bolsas, tampoco con la botella de agua. La botella la dejamos y les pedimos si nos pueden cuidar las bolsas hasta que volvamos. Un policía, sudanés, acepta. Nos cuida las bolsas con las camisetas de la Argentina. A la entrada del Fan Zone, un cartel les habla a los trabajadores: “Gracias por sus contribuciones para ofrecer la mejor Copa Mundial de la FIFA ”. Ahí estará ese cartel hasta que esto termine, hasta que se desmonte el Mundial. «

Dolor por Grant Wahl

La muerte de Gran Wahl –estadounidense de 48 años, toda una referencia y amante del fútbol argentino- generó conmoción, dolor y también reconocimiento de innumerables colegas. Falleció durante el tiempo complementario de Argentina y Países Bajos. Se desplomó y los paramédicos intentaron reanimarlo sin éxito. El periodista había sido crítico de Qatar. Lo habían detenido al querer ingresar con una camiseta LGTBIQ+ al estadio Áhmad bin Ali.

Ayer, Gianni Infantino recordó que «fue homenajeado por la FIFA por su contribución a la cobertura informativa de ocho Copas Mundiales de la FIFA de manera consecutiva». Además, en el lugar que debía haber seguido el partido entre Inglaterra y Francia colocaron su foto junto a unas flores.

Al conocer el fallecimiento, su hermano, Eric publicó un video en su cuenta oficial de Instagram y planteó sus dudas con respecto a los motivos de la muerte. Desde la organización confirmaron que están «en contacto con la Embajada de EEUU para garantizar que el proceso de repatriación del cuerpo». También lo despidió la Federación de su país: «Toda la familia del Soccer está con el corazón roto».