A los 18 años, Bautista Letanú hizo su primera apuesta en el fútbol: Rusia-Arabia Saudita, partido inaugural del Mundial 2018, en la web de PokerStars. Cinco años más tarde, Letanú -periodista, videoanalista de la Reserva de Villa Dálmine, hoy en la Primera Nacional- decidió bloquear páginas y apps de las casas de apuestas y llenar formularios de autoexclusión. Y hacerlo público. “Comenzó siendo algo entretenido y una manera de ‘acompañar’ la pasión por el deporte desde lo económico y lo motivacional -escribió el 17 de febrero en su cuenta de Twitter-. Hace dos meses se me fue de las manos. Comencé a perder totalmente el control de todo y a arruinar mi vida y la de mi entorno sin pensar en absolutamente más nada que en una apuesta ‘combinada’. Las ‘combinadas’, las apuestas deportivas, el juego y la ludopatía son una mierda”. La ludopatía, un trastorno psicológico reconocido por la Organización Mundial de la Salud, es otro de los correlatos de las apuestas en el fútbol, como el arreglo de partidos. Y Argentina, legalizado el juego online por el gobierno nacional y la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires en 2021, está pariendo con la pelota a una generación de ludópatas.

“Las apuestas deportivas son peor que los juegos de azar. Como uno convive con el deporte, cree que se las sabe todas. Pero los partidos hasta que no terminan no sabés el resultado. Y después te encontrás con partidos arreglados. La B Metro, la C y la D del año pasado estuvieron muy arregladas”, dice Letanú, que jugó en las infantiles de Dálmine, el club de Campana del que es hincha. “Meterse y jugar a eventos deportivos está naturalizado, y eso lo logró la publicidad -remarca-. Al día después de que conté mi situación, escuché a chicos de las inferiores de Dálmine hablando en el entrenamiento de las apuestas de los partidos de la Champions que se jugaban a la tarde. Hoy no hay adolescente que no haya hecho una apuesta deportiva en su vida. Al ludópata la publicidad no le cambia nada, le es indiferente, pero jode al que no apostó nunca y está mirando un partido desde el sillón. Una vez que entraste, difícil parar. Y más si apostás de fútbol, que todos los argentinos creemos saber”.

Publicidad en las camisetas de los equipos, en las transmisiones de la TV (con énfasis en las repeticiones de los goles, en el entretiempo, con códigos QR en la pantalla). Patrocinadores de copas, ligas y asociaciones nacionales, como la AFA. Más publicidad en las redes sociales de periodistas “estrellas” reconvertidos en promotores pagos. En “influencers” y hasta en segmentos de programas de canales deportivos. Son estimuladores de una enfermedad. En Argentina, según un informe de la Defensoría de la Provincia de Buenos Aires, 7 de cada 100 personas son ludópatas. Otros tantos, apostadores compulsivos en recuperación. En los últimos meses, Letanú sacó préstamos y pidió dinero. Su celular, sintió, era un casino. No podía controlarse en el día a día. Hasta que tocó la economía familiar. Durante los días de pandemia, había apostado en partidos de las ligas de fútbol de Bielorrusia y Nicaragua, que no habían parado por el coronavirus. “Llegué a apostar hasta en carreras de lancha de la prefectura de Japón -recuerda-. Las deudas salieron a la luz y no tuve más remedio que confesarlo. Por suerte, y agradezco, quedé expuesto”.

Prohibida en el fútbol de España e Italia ante el aumento de la ludopatía y la sombra de los arreglos de partidos, la publicidad de casas de apuestas entró de lleno en Sudamérica. La ludopatía afecta a casi el 3% de la población de España: 680 mil adictos, la mayoría varones de entre 18 y 35 años, de clase trabajadora devenida a menos en tiempos de crisis económica. A Letanú le entraron más de cien mensajes directos, privados, después de que expusiera su situación en Twitter. Una mitad le contaba que todavía hoy no puede salir, que gracias, y que iba a intentar lo mismo. La otra, que había salido y le ofrecía ayuda. Víctimas. A la semana, Letanú empezó a tratarse con una psicóloga especialista en adicciones. Después de cortar con las apuestas, se percató que, cuando compartía un mate en un entrenamiento, escuchaba al otro y no pensaba en la próxima apuesta. Poco a poco, además, volvió a ver fútbol sin la necesidad de apostar.