Es domingo a la tarde y en el Obelisco se vive una fiesta popular. Aún laten el asfalto y los rascacielos tras las millones de personas que explotaron en un festejo por la tercera copa del mundo, la primera en 36 años. A 1250 kilómetros están igual de felices, igual de eufóricos, pero la realidad es muy diferente.

La selva misionera es la extensión meridional de la selva paranaense de Brasil y Paraguay. Tierra del yaguareté, de 3000 especies de plantas y 500 de aves, es una de las regiones más biodiversas de la Argentina. Pero es también tierra de resistencias y luchas de comunidades aborígenes por ser visibilizadas.

Zonas a las que los Estados no llegan, o no les interesa llegar. Muchas sin electricidad, sin cloacas, algunas aisladas, y aún así no falta la camiseta de Messi. Reunidos alrededor de una radio, de una pantalla, o teniendo que caminar 5 kilómetros hasta dar con alguien con señal, la final de la Copa del Mundo también se festejó con la misma intensidad en estas tierras verdes y coloradas en el extremo nordeste argentino.

Son aldeas bien apartadas de los centros urbanos de la provincia. En Ygua Porá, San Vicente, a 15 kilómetros de la Ruta Nacional 14, sintieron alegría en el corazón y agitaron la bandera argentina hasta entrada la noche. Todos quieren ser Messi. Y no sorprende el gran nivel futbolero que muestran los pibes. Muchas de las aldeas, de hecho, se organizan en función a las canchitas de “fúbol”. Algunas están casi en la frontera con Brasil y es muy fuerte la influencia carioca, incluso en el lenguaje. Pero ya nadie quiere usar la camiseta de Brasil. Todos sienten fervor por “ser argentinos”, como lo exclaman, con la pelota al pie.

Para llegar hasta Jakutinga hay que transitar varios kilómetros monte adentro. Es una comunidad de pocas familias, situada en medio de una vegetación exuberante y un arroyo que la circunda, del cual obtienen el agua para consumo y aseo.

En julio pasado, una biblioteca popular con base en la ciudad bonaerense de Pilar construyó una casita de madera. En ese lugar se inauguró una biblioteca. La idea es que a posteriori se convierta en un colegio. Los niños y niñas de esta comunidad no están escolarizados. Mientras tanto disponen de este espacio en el que por primera vez tienen contacto con libros, revistas infantiles, útiles escolares.

Ahí está Paula Pérez Hernández, una joven maestra de 26 años, que en un gesto de vocación, amor y empatía, pidió licencia en la escuela donde trabaja en la Ciudad de Buenos Aires y decidió mudarse aquí, a la flamante Biblioteca Jakutinga para alfabetizar tanto a chicos como a adultos. El mundial es buena “excusa” para iniciarlos en números, letras, historia o geografía. Sumar goles o puntos, escribir nombres de países o jugadores, conocer dónde quedan los rivales.

Niñas y niños de Ygua Porá.

Memoria colectiva

El Pocito y Tekoa Mirí son dos aldeas vecinas, ubicadas sobre el arroyo Capioví, cerca del paraje Oro Verde, casi en la frontera con Paraguay, entre la Ruta Nacional 12 y el Río Paraná. Rincones de la Argentina, rodeados de agua dulce y vegetación frondosa, que ni imaginamos su existencia.

A unos kilómetros, Tekoá Sapukay. Es una comunidad Mbyá Guaraní situada en el departamento de Hipólito Yrigoyen. Para llegar hay que entrar en camioneta por un camino de tierra, durante unos 45 minutos. Allí también hay una biblioteca, que se inauguró en 2019 y donde actualmente funciona un aula satélite. Una suerte de instancia previa a una escuela primaria.

En 2020, en medio de la oleada de incendios que afectaron a varias provincias del Litoral, debieron evacuar la aldea, porque las llamas llegaron casi a la puerta de la comunidad. En la biblioteca tienen instalada una antena de la Televisión Digital Abierta (TDA) con la que pudieron ver el partido en vivo y en directo. Ese servicio promovido durante la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, desmantelado por el macrismo y que recién en el último tiempo parece volver a tomar impulso, es una piedra basal para comunidades como la de Sapukay, olvidadas en el mapa. Para ellas, ver a la Argentina en la final de la Copa del Mundo es todo lo que importa. Los rostros podrían servir para que cualquier diccionario grafique el concepto de “felicidad”.

Como el nombre lo indica, en Arroyo Isla viven literalmente aislados. Para llegar se debe atravesar un arroyo caudaloso. Hay que mojarse y saber nadar bien para encontrar a estos hermanos argentinos que alientan, celebran y viven cada instante de este momento histórico. También son parte de la memoria colectiva. No hay electricidad ni agua potable. Falta todo lo básico para la vida digna, pero sobrellevan el día a día con alegría y sencillez. Necesitan numerosas cosas elementales. Algunas con urgencia. María Silva, la hija del cacique, cuenta a Tiempo que siguieron la transmisión del partido a través de una radio portátil, “todos juntitos”.

La comunidad Sapukay.

Palabras del Alma

La comunidad de Pozo Azul no es un punto perdido en la inmensidad del monte. Está relativamente cerca de la Ruta Nacional 12 y esa ubicación es una gran ventaja para obtener recursos. Néstor Brítez es el cacique. Detalla a Tiempo, que aquí los niños sí van a la escuela y que se instaló una bomba que resolvió las dificultades que atravesaban años anteriores, porque ahora también hay electricidad. Para las comunidades de Misiones el agua es un problema grave. Históricamente la extraen de las vertientes y los arroyos. Pero últimamente se secan o bajan el caudal con frecuencia. Eso que llaman “cambio climático” acá tiene efectos concretos. Tienen que andar varios kilómetros para conseguir agua. En verano, esta dificultad se agudiza.

Itá Pirú se erige en el departamento de El Soberbio. “Nosotros, en nuestra comunidad, no tenemos luz. Pero en algún lado vamos a mirar el partido”, explicaba la cacique Isabelino a Tiempo horas antes de la final. Tampoco poseen agua potable. El mes que viene un grupo de la Biblioteca Palabras del Alma llegará a esta comunidad con libros, juguetes y útiles escolares, en el marco de un programa de viajes solidarios que realizan hace años. La idea que impulsa Isabelino es similar a la de otras comunidades hermanas: que la casita de madera o de barro donde se alberga la biblioteca y espacio de juego, sea la base para que luego se convierta en una escuela. Para asistir al colegio, los niños y niñas de Itá Pirú deben caminar cinco kilómetros.

Hoy son 20 las bibliotecas construidas en medio de la selva en el marco del proyecto de Palabras del Alma. En nueve de ellas ya funcionan escuelas primarias.

Arriba, las constelaciones brillan. El verde se siente, se vive. El aire es pesado en verano, como si envolviera. En medio de tanta magia natural se puede ver cómo se aleja la imagen del paraíso. El desmonte y el robo de madera perpetrado por empresas forestales son colosales. La contaminación que se produce por el uso de agrotóxicos en los cultivos y los intentos de desalojo de sus territorios (donde viven desde siempre) son amenazas cotidianas. Éstos son algunos de los motivos que esgrimen las y los caciques por los cuales buscan en la educación las herramientas para defender su cultura, sus vidas.

Aquí los estados deciden no jugar. Son decisiones excluyentes que datan desde las invasiones y la formación del Estado Nación. “A pesar de la cantidad de cartas que hemos enviado, aquí no hay diálogo con los organismos de gobierno”, se lamenta Hernán.

Los habitantes de la Comunidad Yriapy de El Soberbio, en la Reserva Biósfera de Corazón Verde, también tuvieron que hacer su trecho para ver a la selección. Salieron hasta la orilla de un arroyo donde habitualmente se venían juntando guaraníes y no guaraníes a seguir los partidos desde pantallas y altavoces de los autos. No pierden la alegría ni la inocencia, y a pesar de tener millones de estrellas sobre sus cabezas, en la noche inmensa y espesa de la selva, celebran que el mismísimo Messi les haya traído una más, como acto de justicia.

Comunidad Yriapí.