Una célula dormida se despertó en Lionel Messi, es una liberación personal. Nadie esperaba que volviera de patear su penal, de celebrar el segundo gol de la Argentina, se parara frente al banco holandés y le respondiera a Louis Van Gaal con el gesto riquelmista del Topo Gigio. Messi, como el fútbol, siempre guarda una sorpresa, un nuevo Messi. Su reencarnación a los 35 años en este jugador que lidera, que arenga, que apura a los rivales, hace también al futbolista que despliega trazos de belleza sobre la cancha.

Vivimos el mejor Mundial de Messi. Lo vemos desparramar rivales, dar pases imposibles, salir de las celdas humanas con genialidad. Cada partido de la Argentina se convirtió en su fiesta. Siempre hay una foto con Messi rodeado de jugadores rivales, ayer con Holanda, antes con Australia, también con Polonia. Es una foto, un momento, pero lo que sabemos es que Messi huyó de ahí con la pelota, se los sacó de encima. En su estado de vitalidad absoluta, siempre encuentra la manera de hacerlo. Es un enganche para un lado, un enganche para el otro, un engaño, y ve el lugar que nadie ve.

Este Mundial le pertenece a Messi. Puede ser arbitrario, pero también es un hecho. Ningún otro futbolista logra emocionar en Qatar como lo hace Messi. Kylian Mbappé es electrizante, genera una fascinación su velocidad con la pelota, cómo penetra con potencia que puede resultar imparable. Luka Modric también está ahí, con su fútbol y su persistencia. Pero con ninguno de ellos existe la complicidad que existe con Messi en fanáticos, periodistas, gente del fútbol en general de distintos países. ¿Y si el viernes hubiera sido su último Mundial? No lo pensamos sólo los argentinos. “Cada partido podría ser el último que veamos de él”, escribió el inglés Jonathan Wilson en The Guardian. Ahora ya confirmamos que por lo menos habrá dos más en este Mundial.

La posibilidad de su final como futbolista nos expone también a mirarnos hacia atrás, a vernos crecer, envejecer, la vida pasar. “Cada uno de sus partidos en esta Copa del Mundo -dice Wilson- es un emblema de la fragilidad transitoria de la belleza humana, de la eterna marcha del tiempo”. Nadie sabe si este será el último baile, pero Messi lo juega como si lo fuera. ¿Por qué a esta altura este Mundial sería mejor que Brasil 2014, donde llegó a la final? Porque en Brasil 2014 terminamos viendo a la Argentina de Javier Mascherano más que la de Messi. Qatar 2022 nos regala sus imágenes más puras, una nitidez en su fútbol que conmueve y una ternura en las ganas de jugar.

Messi expone el fútbol más bello, que es el juega con la pelota y el que se vive en los gestos, como abrazar a Dibu Martínez cuando todo el equipo fue al festejo de Lautaro Martínez. Messi nunca elige lo obvio, obligado siempre a buscar una salida. La relación que mantiene con estos compañeros es otro capítulo de su liberación. Messi encontró a un grupo de reos con los que se divierte, con los que saca su rosarino, comiéndose las eses en cada frase, diciéndole vaquero a lo que otros le dicen jean y pieza a lo que otros llaman habitación; entregándole al ingenio popular, al del meme y el sticker de WhatsApp, su propia obra, el Dibu todavía no le pudo hacé upa a la hija y qué mirá, bobo, andápayá.

No hay nada mejor que jugar a la pelota con amigos y Messi los encontró en esta selección, en el momento justo, a la edad justa, con la vida armada en armonía. Desde hace cuatro años, cuando se instala con la Argentina, convive con futbolistas que le alimentan su costado más atorrante. Por estas horas se habla de su reacción contra Van Gaal, contra los holandeses, contra el árbitro, la foto de los jugadores argentinos mirando a la cara de los derrotados. Hay un punto de partida de este Messi, el que habló corrupción de la Copa América 2019. A algunos no les gustará, les parecerá pendenciero, irrespetuoso, extrañarán al Messi silencioso, el que no respondía, pero este es el contexto en el que emerge el Messi de Qatar, la rebeldía es el motor de la belleza de su fútbol.

A los veintipico le alcanzaba con la fuerza de su cuerpo joven, la energía más natural. Su momentos de más brillo ocurrían en Barcelona, dentro de una estética que tenía que ver con lo preciosista, un fútbol de Gaudí, como la Sagrada Familia que tiene tatuada en un brazo, quizá más lejos del arrabal argentino. Pero Messi se llevó Grandoli, su club, su barrio y su lenguaje a Castelldefels. Todo eso siempre estuvo ahí, menos expresado, acaso más tímido.

Algo de la intimidad, de los vínculos entre estos jugadores, se pudo espiar en el streaming que hicieron con Sergio Agüero. Aunque sigue siendo lo público, que siempre tiene otro cuidado. Esto es imaginación pero también una certeza: se deben haber dado mucha manija con los holandeses y con Van Gaal para lo que pasó en el partido. Cuando Van Gaal dijo que si la Argentina pierde la pelota él no participa lo que le dijo es que se esconde. No fue un análisis futbolístico inocente, lo provocó, le dijo cagón, lo que le tocó fibra, un orgullo que a este Messi lo hace reaccionar. Y a eso se sumaron los holandeses que provocaron a los argentinos que iban a patear los penales.

Messi está rodeado de Dibu Martínez, que habla de su psicólogo; de Cuti Romero, que patea para felicitar; de De Paul, que lo sigue a todos lados; de Papu Gómez, que se cree parecido a Beckham, pero también de futbolistas como Enzo Fernández o Julián Álvarez, que lo vieron como su ídolo, quizá como algo inalcanzable, y hoy juegan a su lado como si fuera lo más natural. Esa mezcla de fútbol y arrogancia trajo a la selección hasta acá, simbolizada en el Dibu Martínez gritándole a los colombianos. Puede haber algún sobregiro, pero es una fuerza necesaria también para afrontar un Mundial, para jugar con selecciones que desde lejos te intentan minimizar, contra jugadores y entrenadores que te ven como algo menor. Ya lo dijo Mbappé: creen que los sudamericanos no juegan en competiciones a su nivel. Pero algunos europeos se fueron de Qatar contra selecciones asiáticas y africanas.

Es el fútbol de Diego Maradona, el que se grita en el minuto 10 de cada partido argentino. Y por algo Diego sacaba el pecho, miraba a los ojos cuando lanzaban la moneda. Algo de ese combustible enciende a Messi. A lo que dice pero sobre todo a lo que juega. Son muchos los que quieren esto por él. ¿Tendrá una conciencia real Messi de la emoción que genera? ¿De la felicidad que habita en quienes lo disfrutan verlo así, de Argentina a Bangladesh? ¿Sabrá que en los rincones de Doha donde no llegan las cámaras, donde viven los trabajadores migrantes, su apellido y su cara está a cada paso? Es posible que lo sepa. Mientras tanto, que juegue así, genial y sublevado. «