Los Mundiales comienzan varias veces según se desprende de una frase, «empezó el Mundial», que suele repetirse con mucha ansiedad y poca precisión durante poco menos de cuatro años: cuando se sortean las Eliminatorias, cuando comienzan las Eliminatorias, cuando nuestra selección debuta en las Eliminatorias, cuando se clasifica el primer país, cuando se clasifica el último, cuando llega la primera selección a la sede, cuando arriba la última, cuando se realiza la fiesta de inauguración, cuando se juega el partido inaugural, cuando debuta nuestra selección y, también, cuando termina la primera fase y arrancan los octavos de final. Allí se le agrega una palabra, como si lo anterior no fuese tan riguroso: «Ahora empieza el verdadero Mundial».

Las previas importan porque marcan un estado de situación pero, a la vez, los Mundiales ya demostraron ser autónomos, independientes, a lo que haya ocurrido antes. Argentina llegó todo lo mal que se podía a México 86 y terminó todo lo bien que se podía. La historia se revirtió en Japón-Corea del Sur 02: el equipo de Marcelo Bielsa no había dado indicios que quedaría eliminado en primera ronda, y sin embargo sucedió. Pero a la vez hay antecedentes que luego se reafirman en las Copas del Mundo: Argentina fue inestable futbolística y anímicamente en los meses previos a Rusia 2018 y el Mundial marcó una continuidad, una confirmación, de esas dudas.

El entrenamiento televisado que concluyó 5 a 0 contra Emiratos Árabes -más un compromiso comercial para que la AFA cobre 1.300.000 dólares que un partido amistoso- agrega, al menos desde el resultado, aún más señales de confianza para una selección que se reconstruyó después de su inmolación en Rusia 2018: parecía que, tras la cuarta Copa del Mundo de Lionel Messi, Argentina sería incapaz de darle a su genio lo que se merecía. Lionel Scaloni y su equipo de trabajo -y aquí hay mérito de la AFA de Claudio Tapia, tan falta de vergüenza para los torneos locales- lo consiguieron: hay un muy buen equipo, ya hubo un título -la Copa América- y quien sabe lo que viene.

Como la religión, el fútbol es una de las grandes ficciones del mundo porque está sustentada en la ilusión y en la creencia. «¿Cómo no ilusionarse?» y «Elijo creer» son frases que repiquetean en estas horas: ambas son ciertas, hermosamente ciertas, y a la vez necesarias -porque el equipo genera motivos y porque la economía ya tira demasiadas pálidas-. Pero a la vez, el propio Messi pidió en las últimas horas bajar las expectativas, un baño de realidad, casi en continuidad con un diagnóstico previo de Jorge Valdano, que Argentina puede ganarle a cualquier europeo pero también perder, sea Francia, Dinamarca, Polonia o el que sea.

Tal vez pensando en Brasil, Francia, España, Alemania, Inglaterra y otros equipos que también llegan a Qatar para levantar la Copa o llegar lejos, el genio dijo «no hay que caer en la locura de la gente y creer que somos candidatos», como si aclarara que lo que está por empezar es el Mundial y no el Mundial que va a ganar Argentina. Qué Mundial empieza el domingo -o el martes para la selección, o el 3 de diciembre para los octavos de final- recién vamos a saberlo cuando termine.