Media hora antes de la final, mientras me juntaba con mis amigos y los de mi hijo para ver la final -y se encencían las brasas, y se abrían, una a una, las botellas-, conocí a Diego Lionel. Su apellido es Arias, y nació en 1977, o sea que antes de que Maradona fuera famoso -había debutado en Primera en 1976- y de que Mesis naciera -nacería en 1987-.

Le pregunté a Diego Lionel Arias, con un poco de envidia, por qué se llamaba así, y me dio una explicación muy poco mística ni futbolera: Diego, me respondió, se debía a una cuestión religiosa que no entendí -ya estaba nervioso o ligeramente afectado por las botellas abiertas- y Lionel, simplemente, por una cuestión de gustos, fonéticas. Me dijo, Diego Lionel Arias -como se llamarán muchos chicos argentinos, a partir de ahora-, que es es fanático de River y que nació en Sáenz Peña, Chaco, lejos del fútbol grande de Argentina. Hace rato se mudó a Buenos Airres.

Fue la tranquilidad final que esperaba, escrito este texto en primera persona, para la final contra Francia. Diego Lionel, no Arias sino Maradona o Messi, no podía perder. Era la contraseña esperada para ganar la final, aún antes de jugarla y de ganarla. Con mis amigos, 30 minutos antes de la final de la final, lo abrazamos, le dijimos que gracias por aparecer en el momento más esperado, no antes de un River-Aldosivi o un Boca-Estudiantes, sino en la previa de la final del mundo.

Diría Lionel Scaloni, después de un triunfo increíble, por penales, que «los problemas seguirán, pero los argentinos serán un poco más felices». Messi seguirá en la selección algunos partidos más, no sabemos si hasta el Mundial 2026, pero seguro un par de años. ¿Cómo puede ser que alguien, ya antes del futuro, se llamara Diego Lionel? Entre todos los «elijo creer», Diego Lionel Arias fue la contraseña que me dejó -relativamente- tranquilo. Aún antes de que Francia resistiera como nunca. Aún después de que empezáramos a festejar como en 1978 o en 1986, o mucho más.

Diego Lionel era demasiado para cualquier rival.