Fidel sabía cómo redoblar apuestas, incluso con lecciones humanas. Cuando las Grandes Ligas anunciaron el Primer Clásico Mundial de Béisbol, que se jugaría en marzo de 2006, con final en Houston, Estados Unidos, el Departamento de Estado fue tajante: «Cuba –determinó- no puede participar en el Clásico.» El argumento se sostenía en el bloqueo. Como el premio se pagaba en dólares, si Cuba lo ganaba eso podía implicar su ruptura. Fueron meses de pulseadas entre La Habana y el gobierno de George W. Bush. Hasta que apareció Fidel. «El dinero que recibamos del Clásico Mundial –dijo- lo entregaremos a las víctimas del Katrina. Lo que sea. Si es medio millón, si es un millón, cinco, siete, lo que sea, lo donaremos sin la menor duda y con gran satisfacción, porque eso multiplica la moral de nuestros atletas.» A Estados Unidos no le quedó alternativa. Cuba jugó el Clásico. La Esquina Caliente, esa porción del Parque Central de La Habana en la que se discute sobre béisbol, ardió más que nunca. Cuba llegó a la final. Perdió con Japón. El dinero por salir segundo fue donado a las víctimas del huracán Katrina.

Fidel jugó al fútbol en Belén, el colegio donde estudió en La Habana. Practicó básquet y natación, tuvo encuentros con Muhammad Ali, una entrañable amistad con Diego Maradona, le ganó una partida de ajedrez a Bobby Fischer, y hasta hizo un desafió diplomático al golf. «Nosotros (Fidel y el Che) sacamos en conclusión que en el golf le podemos ganar perfectamente a Kennedy y a Eisenhower, así que cuando quieran despachar sus problemas con nosotros, que vengan a echar un partido de golf, que se lo ganamos perfectamente», dijo en abril de 1961.

Su pasión fue la misma que invade Cuba, el béisbol, el que practicó desde la universidad y del que no se privó ni siquiera con el paso de los años. Pero su legado no será por lo que haya hecho como pitcher, sino lo que construyó la Revolución. En 1961, se creó el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, lo que otorgó carácter obligatorio a la educación física en todos los niveles básicos y alentó la práctica de todos los deportes. El libro Fidel y el Deporte, una selección de sus pensamientos sobre ese asunto entre 1959 y 2006, deja sentado esos principios: «Sólo una concepción revolucionaria del deporte como instrumento de la educación y de la cultura, como instrumento del bienestar, de alegría y de salud del pueblo; sólo esa concepción permite los mejores frutos», dijo en 1966. En el mismo discurso agregó: «El deporte no es en nuestra patria un instrumento de la política; pero el deporte sí es en nuestra patria una consecuencia de la Revolución.» Las Escuelas de Iniciación Deportiva (EIDE) desarrollaron el deporte. Y Cuba, con su amateurismo, se ubicó en la elite. El símbolo acaso sea el boxeador Teófilo Stevenson, que hasta rechazó una propuesta para pelear con Alí a cambio de cinco millones de dólares. «No cambiaría mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que puedan ofrecer», dijo. Esa fue también una enseñanza de Fidel.