Lo sucedido el pasado fin de semana a partir del triunfo de Argentina frente a Países Bajos y de las actitudes y declaraciones de Lionel Messi junto el pase a la final después de un partido impecable e implacable en lo futbolístico y lo simbólico son una imagen en espejo de la situación política argentina del momento. Un llamado de atención tanto al gobierno del Frente de Todos como a todas las fuerzas y organizaciones populares o que representan y proponen un modelo de desarrollo inclusivo y nacional para nuestro país.

En primer lugar, tenemos la reacción de la prensa hegemónica y de sus representados lectores junto con los diversos mensajes, posteos y chats tanto de políticos de la oposición como de figuras del mundo público en general. El sentido común dominante de los sectores “ilustrados” argentinos, una vez más, aparece con todo su clasismo y su dependencia cultural.  Por algún motivo que tendrá muchas explicaciones, las notas periodísticas y comentarios sobre La Scaloneta fueron creciendo en negatividad y ninguneo a medida que fue escalando en su aceptación popular. El punto culminante fue, sin duda, la reacción furiosa contra el nuevo Messi maradoniano: todos los epítetos y las sesudas opiniones que tendieron a mostrar la decepción hacia la supuesta nueva imagen del capitán de la Selección. Lo que primó en toda esa mirada fue la conversión de un ídolo “como se debe ser” en una versión que va contra todo lo que es correcto. Una mirada sesgada, pacata y tradicional de las formas burguesas, de la corrección y la etiqueta que obvió todo contexto, antecedente o similitud con el rival. Asumieron y aseguraron que era, finalmente, una aparición de pueblo inculto, de esa bestia argentina que nos avergüenza ante el mundo, frente a (otra presunción infundada) pueblos, dirigentes y selecciones “civilizadas”, que conocen del fair play y de la norma. El aluvión zoológico, una vez más. “Este país” de gente vulgar. De maradonas. Y luego de la goleada contra Croacia, fieles a sus tradiciones pero a tono con la cultura reinante, los fusiladores de ayer tuvieron que ir ocultando el ruido del cinismo mediático, su ferocidad y su inmoralidad. Hasta que aclare.

En segundo lugar, lo que nos interesa es la respuesta del público en general, la del pueblo ante el nuevo Messi. En todos los rincones de país de arriba a abajo y de todas las maneras posibles, una inmensa mayoría no solo celebró el triunfo de la Selección sino también la forma en que se ganó y, sobre todo, la aparición indudable del hombre que lideró esa emoción, a ese equipo y que defendió el orgullo, el esfuerzo y el talento frente a las provocaciones, el ninguneo y la manipulación maliciosa de la información por parte del rival. Messi guapeó, respondió, chicaneó y mostró coraje sin importar la presunta superioridad del que tenía enfrente. Lo hizo en los hechos y en la palabra. Le puso límites al abuso, a los dueños de la corrección reglada y clasista del que dirán, de la palabra, de la civilización. Se cargó la representación de sus compañeros y de todos los que soñábamos con ver a Argentina allí a donde llegó. El Messi maradoniano construyó una épica y se constituyó, al mismo tiempo, en una. Marcó la cancha, definió el rumbo y trazó la línea de la tolerancia del rival, del enemigo, y lo hizo en la lengua del pueblo. Hablando como ellos, para ellos y en su representación. Y eso enamora, empatiza, convoca.

Todas las sociedades del mundo necesitan y aman la épica, pero especialmente los pueblos oprimidos o que arrastran años de sujeción, de dependencia, de impedimentos para crecer y desarrollarse en forma autónoma y justa, que son víctimas de los abusos del poder económico concentrado y de las instituciones cooptadas por las corporaciones o minorías privilegiadas, del cinismo de las oligarquías. Todos los pueblos trabajadores adoran a los que se oponen a los poderosos, a los que muestran dignidad sin medir las consecuencias, a los que dicen lo que los dueños de la palabra silencian. Aunque sea un instante, un gesto, un acto fugaz, una promesa. Por eso afloran y se alimentan los fascismos conservadores que asustan, pero con ello también se construye liderazgo y proyectos colectivos igualitarios, soberanos, dignos, humanistas. Por eso amaron en todo el mundo a Maradona y empiezan ahora a enamorarse de este Messi que, no casualmente, pasa a ser el malo de la película.

Necesitamos un gobierno popular, como los que supimos tener, capaz de decirle “¿qué miras, bobo?” al poder real, concentrado, hambreador y clasista, que guapee alguna vez en serio con los hambreadores, los asesinos de indios y jóvenes, y que demuestre en los hechos que tiene a millones detrás. Que use su representatividad para romper las reglas impuestas por el sentido común del poderoso. Que enamore. Que le diga “andápallá” a los comunicadores serviles de la sinrazón neoliberal y la doble vara de las clases medias que aceptan calladamente las migajas morales y éticas de los ricos. Un gobierno que construya una Argentina para todos y todas, desarrollada, inclusiva, soberana y justa. Pero, sobre todo, valiente y decidida frente a los dueños del poder real. Los pocos. Un gobierno maradoniano. O mejor, messimaradoniano.