Son días en que Montevideo, en medio de la sequía y una severa crisis hídrica, afronta la escasez de agua dulce: el embalse Paso Severino, la principal fuente de abastecimiento de agua potable de la capital uruguaya, apenas tiene el 2% de sus reservas. Mientras los montevideanos se acostumbran al agua salada de las canillas y agotan los bidones en los supermercados –y Alberto Fernández realizó en los últimos días unas declaraciones referidas al “cambio climático” que minimizaron la polémica anterior con el gobierno de Luis Lacalle Pou-, la historia del fútbol sirve para recordar cómo hace casi un siglo la situación era inversa. El insulto de los hinchas uruguayos a los argentinos era “vayan a tomar agua salada” a Buenos Aires.

Los partidos de fútbol entre Argentina y Uruguay son fundacionales para ambas selecciones, para lo mejor y para lo peor. El amistoso del 2 de octubre de 1924 dejó varias huellas que continúan vivas 99 años después: se utilizó por primera vez un alambrado para separar a las tribunas del campo, que durante muchos años sería denominado “alambrado olímpico”. En verdad, como Uruguay había ganado los Juegos Olímpicos de París tres meses atrás, casi todo lo que ocurrió en ese partido por primera vez y no tenía nombre fue bautizado con ese adjetivo. Como el gol desde el córner directo convertido por Cesáreo Onzari y la vuelta alrededor del campo de juego que los campeones hicieron para saludar al público, que pasaron a denominarse gol olímpico y vuelta olímpica. El fútbol ya necesitaba intermediarios en tiempo real y -en ese mismo partido- dos periodistas se subieron a una tarima y por primera vez relataron un partido por radio en vivo en el país.

agua

Pero también en esa efervescencia, al mes siguiente, el 2 de noviembre de 1924, un clásico jugado en Montevideo se convirtió en otro hito, aunque en este caso de una triste historia del fútbol argentino: asesinar por fútbol. El partido, un empate 0 a 0, se había jugado por la tarde. Pero ya por la noche, en la Ciudad Vieja, los fanáticos argentinos que habían acompañado a los jugadores comenzaron a cantar durante la cena “¿Dónde está el team olímpico?”. Algunos uruguayos que pasaban por el lugar reaccionaron con gritos de la época.

Algunos fueron futbolísticos, como “Pedro Petrone es el mejor del mundo”, en referencia un fenomenal delantero bicampeón olímpico 1924-1928 y campeón mundial 1930. Pero otras agresiones verbales excedían lo futbolístico: “Vayan a tomar agua salada a Buenos Aires”. Lo que hoy parece un juego inocente derivó en tragedia: estalló una pelea que terminó con un hincha muerto.

La historia está contada en “Mitos y creencias del fútbol argentino”, un libro que los periodistas Oscar Barnade y Waldemar Iglesias publicaron en 2006 en Ediciones Al Arco. “Cerca de las 21.30 se produjo un incidente en la Ciudad Vieja de Montevideo. Tres personas se pararon en la acera de la ferretería La Llave, frente al hotel Colón, en Rincón 640, y comenzaron a vivar a los jugadores argentinos que estaban cenando en el hotel, al tiempo que hacían chanzas ‘¿dónde está el team olímpico?’. En esa misma calle, frente a la confitería del Jockey Club, un borracho les contestó que Pedro Petrone era el mejor jugador del mundo y los exhortó a irse a Buenos Aires a tomar agua salada”.

A los pocos minutos comenzó una pelea, de la que también participaron algunos futbolistas argentinos lanzando botellas de agua mineral Salus, tazas, vasos y una lámpara. En medio del griterío, un hincha argentino desenfundó un arma y de un disparo mató a un uruguayo de 24 años, Pedro Demby, que se había puesto en guardia con la pose de un boxeador, dispuesto a intercambiar golpes, y recibió una bala en la garganta.

Algunos futbolistas albicelestes protegieron al asesino –a quien conocían- y lo ocultaron en su delegación al regreso pero, a partir de una foto de la hinchada de Boca, el criminal cayó varios meses después en Buenos Aires: lo delató su acento genovés y el recuerdo de los testigos. Se llamaba José Lázaro Rodriguez, le decían El Petiso y, aunque todavía no se hablaba de barras bravas, era una especie de número 2 de la hinchada de Boca, detrás de Pepino el Camorrero, de buena relación con el arquero de la selección y de ese club, Américo Tesoriere.

Atrás, en medio de los agresiones en Montevideo, había quedado una frase que en ese momento era tomada como motivo de burla a los argentinos: «Vayan a tomar agua salada». Con la crisis hídrica que sufre hoy la capital uruguaya, tal vez el ingenio -y la maldad- de las hinchadas argentinas haga referencia al tema en algún clásico rioplatense. El fútbol, esa rivalidad en forma de ritual, es historia y presente.