«Va a haber un penal en el primer tiempo, vos dejate hacer el gol. Hay 1000 dólares. Y, si después se hacen un penal, hay más dinero», le propusieron, vía WhatsApp, al arquero de Justo José de Urquiza. El contacto se había presentado como alguien de una agencia de representantes. Pero el arquero –y otro jugador al que le ofrecieron un arreglo– dijeron que no, cortaron la comunicación, y le contaron qué había sucedido a Claudio Paul Leguizamón, 32 años, mediocampista experimentado en los clubes del Ascenso, hoy referente en JJ Urquiza que juega en la Primera C, cuarta categoría del fútbol argentino, última profesional. En enero, cuando había llegado desde Huracán de Comodoro Rivadavia al club de Caseros, Leguizamón les había advertido a los compañeros: «Si reciben llamados, no acepten dinero. Andan dando vueltas las apuestas. Y el vestuario es el boca a boca, se sabe todo». JJ Urquiza descendió de la B Metropolitana en 2022. Leguizamón no da nombres, pero dice que se debió a que ciertos futbolistas cedieron ante los apostadores.

Claudio Paul Leguizamón nació el 16 de abril de 1991, nueve meses después del Mundial de Italia 90, del gol de Claudio Paul Caniggia a Brasil. Se crió en Villa Albertina, Lomas de Zamora. Admirador del Che Guevara y de Juan Román Riquelme, hay que tomar aire para repasar su trayectoria: Los Andes, Mandiyú de Corrientes, Acassuso, Barracas Central, UAI Urquiza, Camioneros, Español, Midland, Deportivo Merlo, Deportivo Zoe, Atlas, Huracán de Comodoro Rivadavia y JJ Urquiza. Leguizamón es el futbolista obrero del Ascenso que denunció los arreglos de partidos, que pone la cara: «Es una mafia muy grande, porque abarca mucho, no sólo hay jugadores y árbitros. Ofrecen plata por perder partidos, por laterales, por córners, por tarjetas amarillas. Cuando me contaron, no lo podía creer. JJ se va al descenso por los arreglos. Son lacras que le hacen muy mal a cada chico que se levanta con la ilusión de ser jugador profesional. Lastimaron a muchos que recién subían a jugar a Primera. Los llamo ‘matasueños’. Ojalá que se tomen medidas».

Desde que Leguizamón posteó en Instagram el 27 de junio que los apostadores se habían metido con JJ Urquiza, no recibió ningún llamado desde la AFA. Apenas le transmitió su apoyo Darío Carpintero, delegado en Agremiados por el Ascenso. Y el club puso a trabajar a abogados. Leguizamón recibió llamados intimidatorios. Que se callara, que dejara «laburar». «¿Eso es un trabajo? Temor siempre hay, pero, ¿qué miedo puedo tener? Vení a buscarme, las pasé todas en Lomas de Zamora. Es fácil agarrar la plata, irse a vivir a otro lado, pero no me sale, no me sale porque tengo a mis hijos».

El salario promedio de un jugador de la Primera C ronda hoy los 75 mil pesos. Los 1000 mil dólares que le ofrecieron al arquero de JJ Urquiza equivalen a 500 mil pesos. «Es muy clandestino, llamás a esos números y ya no te atienden, da apagado –dice Legui–. Les hicimos entender a los juveniles que pueden ganar plata ahora, rápido, pero que la riqueza que te da el fútbol es mucho mayor que 500 lucas. Ojalá que todos los capitanes de la Primera C puedan bajar el mismo mensaje. Pero hay de todo en el fútbol, algunos deciden no meterse, no hablar, cuidar su espacio, y no está mal».

Sólo muy de tanto en tanto, Leguizamón trabaja con su auto de remis. No es parte de su rutina, aunque lo fue. En la C y en la D, un trabajo en paralelo al de futbolista suele ser la norma. En julio de 2022, mientras trabajaba como chofer de una aplicación de viajes, a Federico Potarski lo asesinaron de un tiro en un intento de robo en Isidro Casanova. Tenía 29 años. Jugaba de defensor en Berazategui. Cobraba 30 mil pesos, por debajo del salario mínimo de entonces. El Ascenso es un fútbol con más lucha por tratar de estar que disfrute por jugar. Y algunos eligen estar a cualquier precio. Leguizamón notó más de una vez jugadas extrañas durante un partido. Había optado por el silencio. Hasta que habló, no sólo por él. En JJ Urquiza hay psicología, nutrición, kinesiología, clases de yoga y ajedrez, almuerzo y fruta para los jugadores. El estadio Ramón Roque Martín está a cuadras de Puerta 8, el barrio de Tres de Febrero que el año pasado fue noticia por la cocaína adulterada que mató a 24 personas. En JJ –en el Ascenso–, el fútbol es todavía menos un mero juego: los clubes son identidades, arraigos sociales.

Leguizamón cuenta que conoció la corrupción en el fútbol a los 19 años, después de que se entrenara un par de meses en River: el pase no se concretó porque entre representante y dirigentes de Los Andes no acordaron cómo dividir un dinero por debajo de la mesa.

Ahora, mientras toma mate en su casa del Barrio Obrero en Lomas de Zamora, Leguizamón recuerda que a los 12 años ya jugaba por plata en torneos relámpagos que aún afloran en Villa Albertina, Fiorito, 2 de Abril. Y que a los 17 dijo «basta»: «Ganaba plata, pero perdía tiempo y físico. Hay chicos que con 12 años consumen drogas, alcohol, y juegan en el potrero. Pero no tienen esa conducta estable. Tampoco la tuve, eh. Y Messi hay uno solo, pero en los barrios hay muchos buenos jugadores a los que les falta esa contención familiar, que con 12 años tienen que ir a laburar porque la ves a tu mamá que sola no puede y tu papá es un adicto. En mi caso, salí a laburar a una panadería. Y por suerte la saqué adelante. Somos muy ricos en el fútbol, tenemos talentos masivos. ¿Cómo no vamos a ser campeones del mundo? En cada esquina la pelota rueda y los chicos lo hacen bien. No sé si triunfé en lo deportivo, poquito en el Ascenso, pero en la vida triunfé de verdad».