La memorable jugada de Lionel cuando los corazones repiqueteaban en la mitad la segunda etapa, adelantó el final del penúltimo capítulo del cuento.

Croacia nos hacia recordar su reciente historia de varios descuentos cuando el destino le era adverso. Pero apareció Lionel. Otra vez Lionel, el genio salido de la lámpara, para pergeñar otra locura. Para llevarse en el lomo a 45 millones de argentinos, y otros muchos más en el mundo entero, para redondear una felicidad grande, para entregarla la pelota a otro duende árabe, a Julián esquina de gol Álvarez, para marcar el tercero.

Ya había marcado Messi ese penal con enorme sabiduría. Ya Álvarez había hecho rememorar al mismísimo Mario Kempes de la final del 78, con un ímpetu extraordinario, con el tesón inacabable, con el alma de todo un equipo que ya entró en las grandes leyendas con un partido extraordinario, con una producción impecable, con una suficiencia como no se había visto hasta ahora en esta Copa en medio del desierto. 

Fueron los momentos sublimes, inolvidables, en una noche en que todo estuvo claro en el fútbol de la Argentina. De la Scaloneta que va a jugar la final del mundo con enorme merecimiento. El estadio una verdadera maravilla como si fuera a apenas metros del obelisco. El enorme aliento que baja de la tribuna es esa voz gigante que penetra en el desierto de Qatar. La alegria es total.

Dirán los contras que sólo se le ganó al último subcampeón, un equipo que venía invicto. Para la Argentina, toda la consideración que después de esta demostración es irrefutable. Soñábamos en el comienzo del partido con un Aladino eterno que se llame Lionel. Jugamos entonces con la ideal del genio. Y lo fue. Esa lámpara del futbol argentino frotada sigue dando genios. Se llaman Diego, se llaman Lionel, se llaman fútbol.

Los argentinos todos levantan los brazos, como el árbitro cuando decretó el final casi dándole el saludo al equipo argentino, como diciendo en árabe, Gracias Alá, por haber sido copartícipe de este memorable partido. Por la admiración que también a él le tiene que provocar una actuación fascinante. 

Lo sabe el mundo desde este desierto de Qatar. Mira con los asombrados ojos negros, el mar qatarí de la noche profunda. En este desierto sobre el que construyeron esta ciudad: a este lugar vino el futbol… Y vino más que nunca cuando la Argentina lo jugó. En la demostración más espléndida del campeonato. Viva el futbol, ese que representa la actuación más extraordinario de esta copa, la que más belleza ha tenido, el triunfo más concluyente.

La del deslumbramiento por ese Aladino extraordinario que es Messi. Como lo fue Maradona. Los dueños absolutos de la zurda infinita, eterna, de un fútbol como el argentino que jamás dejará de generarlos. Acá estamos, viviendo en el cuento que habíamos soñado. En el cuento de Oriente, ese cuento de las mil y una noches. Le agregamos una. La penúltima. Le agregamos a ese cuento las historias que contaba Sherezad para salvar la vida de alguna princesa. Y ahora podemos decir que la princesa máxima del fútbol, que es la pelota, está feliz porque la trataron Aladino y ese Simbad, que es Julián que entró por el medio, una fiera con cada de pibe tierno, tremendas jugados que fueron protagonistas de los momentos más importantes, más fuertes, más inolvidables del partido.

El abrazo es sereno. Scaloni llora. El estadio ruge. La Argentina es la presencia extraordinaria, de gente, de genios, de fútbol. Es el ADN de la historia. Los muchachos saludan al mundo. Todo es cautivante y encantador como en un cuento. Fue un gran triunfo. El final del penúltimo cuento. La última línea del que habíamos soñado. Aladino abrazado a su pueblo y la princesa, la pelota, encantada, fascinada. Damos vuelta la página. Ahora hay que escribir otro. El domingo vendrá el final de esa historia conmovedora, de amor y de fantasía.